lunes, 15 de marzo de 2010

3. Vigilar y normalizar


















Este proceso de “construcción” de vidas se hace efectivo por medio de una poderosa red de administración de los modos del vivir y de fabricación de los cuerpos, así como por la acumulación de saberes que dan certificación a los procesos:

Concretamente, ese poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos formas principales; no son antitéticas; más bien constituyen dos polos de desarrollo enlazados por todo un haz intermedio de relaciones. Uno de los polos, al parecer el primero en formarse, fue centrado en el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos, todo ello quedó asegurado por procedimientos de poder característicos de las disciplinas: anatomopolítica del cuerpo humano. El segundo, formado algo más tarde, hacia mediados del siglo XVIII, fue centrado en el cuerpo-especie, en el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población... El establecimiento, durante la edad clásica, de esa gran tecnología de doble faz —anatómica y biológica, individualizante y especificante, vuelta hacia las realizaciones del cuerpo y atenta a los procesos de la vida— caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente.” (Foucault)


Esa anatomopolítica instituye saberes, aproximaciones imaginarias a la realidad, que se establecen como parámetros inflexibles en los que el cuerpo humano es organizado en regiones productivas. Asimismo, la biopolítica se sirve de instituciones de poder mediante los cuales el cuerpo humano es normalizado de acuerdo a regímenes de ganancia. Pues como demuestra amenamente Deleuze, el sentido del vivir ya no se finca en la reproducción de lo humano y su cultura, sino en la reproducción del capital, para el cual el humano es nada más que un medio.

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