A mi Delirio
Por razones que no vienen a cuento, desde 1998 he pasado tiempos de pasión, acción y reflexión con cuerpos enfermos y con médicos provenientes de diversos métodos de curación. Conozco, como todos, en carne viva el procedimiento del horror, la confrontación con lo invisible y lo indecible apoderándose del cuerpo propio; conozco, como testigo, la lucha de otros cuerpos contra su propia obstinación, su cansancio y sus hábitos en pos de la manutención de la vida, en medio de excrecencias, gritos y lamentaciones: algunas batallas terminan en camposantos y otras en verdaderos milagros.
Y me he dado cuenta de que todos tienen razón. Los enfermos al no ocultar lo que sienten y los médicos en confiar en su conocimiento. No existe una medicina oficial y otra alternativa: existe lo que ayuda a restituir al cuerpo sus poderes o lo que le ayuda a engendrar poderes nuevos, aunque uno de estos poderes sea decidir la muerte. Y existen, también, en todas las medicinas charlatanes, tipejos de poca monta que se valen de la separación que existe en nuestras sociedades entre psique y soma, lo que provoca una ignorancia y un terror criminal a lo corporal. Farmacéuticas, hueseros, médicos especialistas, chamancitos de catálogo, predicadores, sanadores, facilitadores, yoguis, brujos y santeros, investigadores; todos estos hijos de la chingada se escabullen en la fractura que se abre entre la enfermedad y nuestro terror ignorante. Utilizan el mismo sistema económico y político que secuestra el cuerpo para prometer una salud como se prometen las perlas de la Virgen: ponen la salud en una distancia y un futuro del que sólo el apestoso gurú tiene las llaves.
Pero, por otra parte, se tejen redes que escapan al sistema de secuestro: psiquiatras se alían con homeópatas, con acupunturistas; tanatólogos recomiendan yoga o reiki, o hay curanderos repiten "cuando necesitas una aspirina, pues te tomas una aspirina, carajo". En muchas casas se dan terapias, ayudas, remedios (he presenciado, como Jodorowski, al heredero de Pachita en una de sus operaciones en una casa de Coyoacán y en otra de la Escandón), donde el dominio del dinero es minimizado en favor del "servicio" o del trueque o el crédito sin policía bancaria. ¿Peligroso pastiche de remedios? ¿Desesperado eclectisismo? Sí señor, así es si os parece desde su doctorada doctrina. Pero para muchos pacientes y médicos esta dinámica denota el cabal entendimiento de que el cuerpo -la vida- es múltiple, de que no hay una sola entrada al cuerpo, que éste ya no se define sólo por la anatomía fisiológica: el cuerpo deviene una madriguera para explorar, una imagen por inventar, por restituir, por crear. Y que la enfermedad, como decía Nietzsche, puede ser la apertura a otras posibles saludes, otras normalidades, otras formas de vida. Y esto supone micro terapias; diagnósticos deslizantes; alegres convalecencias; una suprema y refinada labor que se mueve de la clínica a la crítica: de lo médico a lo estético.
Así, para poner mi atención sobre todo esto, decidí recurrir a otras miradas, abrir este trabajo a las multiplicidades: esta obra está hecha en colaboración con gente que admiro y quiero (pues no lo he dicho, pero la salud implica para mi una cierta variación riesgosa del amor). Invité a los actores a imaginar conmigo y me curaron. Invité a mis amigos a dar su punto de vista sobre el tema mediante performances o piezas artísticas, con el fin de inocularme virus ajenos para enfermarme rico y fortalecerme. Lo mismo intenté en el nivel de producción que requirió, para negociar con la burocracia que sólo conoce un modo de producción (enfermo ya de muerte), de la paciencia y complicidad de Teatro y Danza de la UNAM. A todos agradezco.
Rubén Ortiz
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